DIA DEL MÉDICO. AQUEL MÉDICO DE ENTRE RÍOS, QUE LLEGABA EN SULKY…

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RENE FAVALORO RECORDABA ESTAS PÁGINAS…

 

.Se nombraba al Dr. Yarcho con religioso respeto. Se hablaba de sus curas milagrosas, se repetían sus maravillosas palabras.

¿En qué radicaba ese milagro, o esa maravilla? Nadie lo explicaba, nadie lo dudaba. De las humildes, de las neblinosas aldehuelas, de los labradores judíos, hasta las ciudades tradicionales de la provincia, se extendía su ascendiente.

Lo llamaban de regiones lejanas y el médico de Villaguay, el médico de Gualeguay, solían trasladarse al Hospital de Domínguez para consultarle respecto de complicaciones tortuosas. El Dr. Pita, de los Pita de Córdoba, lo amonestó en una ocasión:

-Colega, usted yerra quedándose en estos poblados. Váyase a Buenos Aires; allí se hará famoso y rico.-

-Más famoso que aquí, no es fácil. Todos me saludan, todos me ayudan a arreglar los tiros del sulky. Yo no se de que hacen los tiros en lo de Crespi. Se me rompen cada tres viajes. Y en cuanto a eso de rico, le diré que ya lo soy. Tengo veintitrés hectáreas de campo, dos pares de zapatos, y mi mujer se ha venido del Uruguay con sombrero nuevo…

sulky…Los judíos de la sinagoga, los gauchos de los puestos, las mujeres de las colonias, celebraban su competencia insigne, su ingenio benévolo, sus cuentos, su sonrisa.

La condujo hacia la ventana. La inmensa llanura de rastrojo llameaba bajo el sol y la luz hervía en la atmósfera diáfana.
-Abra bien los ojos. ¿Ve las nubes que se alejan allá, como ovejitas rosadas?¿Ha visto alguna vez nubes como éstas en su podrido pueblecito de Rusia?
-Yo no tengo la costumbre de mirar las nubes. Vivo muy ocupada…
-Señora, hay que mirar las nubes. Créame, hace muy bien a la salud.
-¿Y qué me aconseja, doctor?
– Le aconsejo comer un poco de carne, no afligirse y no tomar más remedios…Ah, en cuanto a la pierna, no le haga caso.
-¿Cómo sabe que me duele la pierna?
-¿Para qué nos da piernas el buen Dios si no es para que nos duelan? ¿Quiere una prueba de lo que le digo? Don Isaac, el de San Miguel, nunca se queja de las piernas y es porque nació sin ellas…

FUENTE:
«Los gauchos judíos»- de Alberto Gerchunoff-

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