Medio Ambiente (II). BUENOS AIRES y el Nuevo CODIGO INMOBILIARIO

Hace pocos días el propio alcalde nos avisó que «con el nuevo Código Urbanístico y de Edificación sancionado por la Legislatura de la Ciudad, Buenos Aires podrá tener veinte millones de habitantes». 

Extraído de un artículo de Jorge A. Avila

pubicado en LA PRENSA  – 4- 1- 2019

Sin duda, con el nuevo código inmobiliario, como lo llaman incluso en los reductos oficialistas, habrá abundantes colmenas, con espacios de 18 m2 y sin bidet, donde se podrá sobrevivir penosamente, aumentando la recaudación a través de más tasas, servicios e impuestos. 

Un marcado desequilibrio con el programa de urbanización de villas, que pese a sus loables propósitos no ha logrado en tres administraciones consecutivas del mismo signo, el objetivo de integración de esos espacios al legítimo territorio porteño.

Incluso los asentamientos irregulares han crecido, en habitantes y peligrosidad. La supuesta exaltación de sus carencias no ha eliminado el estigma que sigue haciendo estragos con sus códigos mafiosos sobre habitantes y vecinos.

¿Cuál es el objetivo de quienes detentan el poder desde hace casi doce años en la Ciudad? ¿Es viable este hacinamiento creciente y las perdurables fallas de infraestructura? 
Lo hemos dicho varias veces, la ausencia de un Plan Maestro revela la pobreza de objetivos de los inquilinos del antigüo Palacio de Bolívar 1, y la flamante sede de Uspallata. 

REINA DEL PLATA
Antes de continuar en esta inequívoca parábola destructiva, convendría retomar criterios urbanísticos que hicieron de Buenos Aires un faro de progreso sobre el estuario, transitado por extraños y curiosos, para entender su resiliencia.

No se trata de recrear la Reina del Plata o la París de América. Decía el arquitecto y urbanista Paul Virilio: «No hay política sin ciudad. No hay realidad de la historia sin la historia de la ciudad. La ciudad es la mayor forma política de la historia. La invasión del instante reemplaza la invasión del territorio, la cuenta atrás se convierte en el sitio del enfrentamiento, la última frontera. 

La pérdida del espacio material desemboca en no gobernar más que el tiempo; el Ministerio del Tiempo bosquejado en cada vector se realizaría por fin en las dimensiones del mayor vehículo existente, el vector-Estado; toda la historia geográfica de la división de las tierras, las comarcas, todo eso cesaría en provecho solamente de la concentración parcelaria del tiempo, no siendo comparable ya el poder sino a alguna meteorología, ficción precaria donde la velocidad repentinamente se habría convertido en un destino, una forma de progreso, vale decir, una civilización donde cada velocidad sería un poco un departamento del tiempo». 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *